lunes, 9 de junio de 2008

La Conciencia

La conciencia
Por J. Canal del libro “Instantes de Meditacion”
La conciencia es la presencia de Dios en el hombre. Nuestro inconsciente es Dios. El reino de los cielos está dentro de nosotros.
La conciencia, luz del alma, nos da a conocer la ley natural, es el mejor libro de moral que tenemos. Es la linterna de nuestra dignidad.
Es testigo, fiscal y juez incorruptible de todo cuando somos y hacemos. Es nuestro aguijón, muchas veces incómodo, gracias al cual logramos no dormirnos.
La voz de nuestra conciencia cultivada tiene mayor peso que todas las opiniones de los hombres. Por ello los hombres superiores son jueces de sí mismo y convierten su vida en una disciplina.
La conciencia cultivada puede dirigir al hombre pero es necesario, pero es necesario saber que es lo correcto o incorrecto. Sólo el conocimiento verdadero del bien puede darle discernimiento.
Una conciencia crítica debe llevarnos a ser justos con nosotros mismos, saber disculparnos de nuestros errores es un deber y un medio eficaz para superar los remordimientos.
Los remordimientos no son mas que el aviso de nuestra conciencia de que estamos obrando mal. Los remordimientos nos pueden llevar a la desesperación generalizada por seguir tercamente en el mal camino. Nadie que haya obrado mal (excepto los dementes), puede dormir tranquilo. Nadie que haya hecho algún mal al prójimo no ha dejado de sentir la bajeza de la oscuridad.
“Grabaré mis leyes en su espíritu –dice Yahvé a Jeremías, aludiendo a la presencia de us mandamientos en el alma del hombre- y las escribiré en su corazón” (Jem 31,31-33).
Esmerémonos, por vivir de tal modo que nuestra conciencia nunca pueda acusarnos de nada. Aprendamos a estar atentos a nuestra conciencia. La intuición o corazonada es una señal que nos viene del amor.
Sin el aprendizaje de los valores no podríamos realizarnos como hombres, pues ellos afinan nuestra conciencia; por ello la educación que no forma en valores elude la principal de todas sus responsabilidades.
El gran peligro del hombre actual está en el empeño de matar la conciencia, de masificarla, de de acatar la invitación a una amoralidad absoluta en la que todo está permitido, para que la conciencia ya no acuse ni importune.
Con cuenta razón se ha dicho que “quien pierda la conciencia nada digno tendrá ya que conservar”

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