miércoles, 1 de abril de 2009

DE LA CONFERENCIA A LA SIERRA

Por: MANUEL RODRÍGUEZ CANALES
recopilado del V concurso de cuentos
Comisión episcopal de Apostolado Laical
Lima-Perú 1995

“Esta historia vino del infierno. No sé cómo ni por qué apareció un día en medio de mis sienes, martillándome la frente".

Vi un fantasma negro y enorme, con la enormidad que sólo la imprecisión de los sueños puede dar, se paró delante de mí y me amenazó: “Si la población sigue creciendo el planeta terminará estallando, ya no hay lugar para gente inútil”. Y me enseñó una larga lista de lo que él llamaba “gente inútil”: esos negros famélicos con la panza hinchada de hambre, que quién sabe por qué tenemos que soportar en la TV, haitianos sin camisa, cubanos naufragando en islotes de piedra, lejos de la palmeras que adornan los hoteles del caribe, hindúes durmiendo en la calle, chalacos al borde de los rieles, locos mugrientos, mocosos con la mirada perdida en medio de un arenal despiadado… y entornando los ojos con una dulce piedad el fantasma me preguntó si yo quería que continuara esa situación tan inhumana y me propuso la humanitaria solución de eliminarlos antes de que nazcan, o evitarlos a basa de plástico, química y cobre. Total, son pobres y no saben nada, ni cuenta si van a dar, es mejor evitarles el sufrimiento de tener que vivir en esas condiciones. El fantasma decidía, él se decía dueño de la vida y de la muerte.

Yo quería insultar a alguien, pegarle a algún responsable, enfrentarme a alguna libertad consciente opuesta a mi rebeldía, pero no había nadie. Veía muchos hombres con cara de pensar, calvos con lentes y corbatas, escritores, hombres de ciencia, y todos parecían decir cosas distintas, parecían argumentar algo… pero no, en todas esas cabezas sólo estaba el fantasma negro que se ría de mí, de ti, de la vida. Y lo que más risa le daba era la palabra “familia”, se llenaba el hocico de ironía, de sorna, la canturreaba y la embarraba. No tenía piedad, era incapaz de humanidad, no había por dónde… no sé explicar, es una voluntad vacía, sin persona que la sostenga, sin inteligencia que la dirija, y tiene miles de caras: cara de animadora TV, de revista dominical, de programa de entrevistas. Y la pobre familia?

Y apareció un anciano vestido de blanco. Uno solo, pequeño, y su voz llenó todo el espacio. Habló de la dignidad propia y ajena, en sus palabras brillaba la inmensa dulzura de la maternidad, de la paternidad, el amor quinceañero con toda su ternura y delicadeza, el amor conyugal en su madurez, el amor filial en su terquedad, y la fraternidad, y los paseos en bicicleta y los partidos de fulbito, y las lágrimas que mi papá me secaba cuando me caía y me golpeaba, y las historias de la abuela que me hablaba de Dios…

Y desperté y dije que mi país se oponía al aborto. La elegante sala se llenó de miradas de desprecio. Si alguna vez hubo un lugar frío en el Cairo era idéntico a éste. Era lógico, todo un viaje, toda una inversión para traerme aquí, a mí, un especialista en población, un hombre serio y equilibrado, una opinión garantizada. Ese día me quedé sin trabajo y con mis ahorros pude poner ese restorantito. Y aquí vivo con mi mujer y último de mis hijos, los demás se casaron, vienen muy de vez en cuando, es que viven lejos ¿Saben? En fin, perdonen si los aburrí ¿Qué se van a servir? ¿Cordero o trucha?

El anciano espera sonriente, con su libreta y su lapicero. Desde que nos vio entrar supo que era nuestra luna de miel y que no teníamos mucha plata. Por la ventana el sol canta con voz de tenor llenando con sus notas las paredes de adobe, el olor que llega de la cocina nos pone en una grave incertidumbre ¿Cordero o trucha? Ella pide cordero, yo trucha. Al final, compartimos todo.

En vez de traer la cuenta el viejo aparece con un costalillo de harina: “aquí hay queso, choclitos, algo de fruta y charqui para el camino, no, no me digan nada por favor y guárdate tu plata, es mi regalo de bodas”. Mi esposa es tan niña que se pone a llorar agradecida.

Palabras claves:
chalaco: que vive en la costa
Charqui: carne seca de llama
restorantito: pequeño restaurant
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